Buenos días a tod@s!
Esta semana nos trasladamos hasta la
localidad de Albalate del Arzobispo para recordar otro de los artículos de “El
Heraldo de la Jota” donde, D. Demetrio
Galán Bergua, repasa la vida de uno de los grandes joteros de toda la
historia.
Artículo
publicado el 19 de noviembre de 1961
y dedicado al cantador Blas Mora.
Domingo 19 de
noviembre de 1961
GALERIA DE LA JOTA
CANTADORES CELEBRES: BLAS MORA, DE ALBALATE DEL ARZOBISPO.
HACE UN
SIGLO
El día 3 de
Febrero de 1861, en la villa de Albalate del Arzobispo, hubo gran
acontecimiento en la casa de un modesto labrador que aquella mañana surcaba la
tierra con el arado y daba rienda suelta a su acendrada afición por la Jota
regalando al campo, el arte y al sol, las típicas tonadas de aquellos tiempos.
Avisado el labriego de que su mujer estaba a punto de ser madre, cesó de
cantar, entregó la yunta al vecino amigo que le fue con el recado, y preso de
emoción llegó jadeante a su domicilio, entrando sudoroso en la habitación donde
un hermoso niño lanzaba los primeros y estridentes gritos de su vida. Una vez
pasados los momentos en los que acostumbran a asociarse las lágrimas y los
suspiros con las demostraciones de alegría y entusiasmo, y como el recién
nacido no cesaba en sus recias expansiones guturales, el buen padre, tal vez
inspirado súbitamente por una gran idea, exclamó, mirando y acercándose al
hijo, con incontenible admiración:
-
¡Maño, y qué fuerza y qué empuje te
traes en la garganta!
Y
dirigiéndose a los presentes señalando al niño, añadió:
-
A éste, lo hago yo jotero… ¡Y de
los güenos!.
Y el padre,
que no llegó a ser profesional porque el campo le ataba, y no quiso abandonarlo
para dedicarse a otros menesteres, empezó a soñar: a soñar con el porvenir
jotero de su hijo.
LA JOTA Y
LAS PERDICES
El padre de
aquel niño recién nacido fue un precursor, porque cuando Blasico se hizo
“mocete”, sin llegar a mozo, ya “apuntaba” rasgos definidos de futuro gran
cantador. Su voz infantil, su gracia al cantar, y su enorme facilidad para
asimilar las tonadas que a su padre oyera anunciaban que poseía dotes naturales
para llegar lejos. Por esto, en plena mocedad ya sorprendió y causó sensación
entre los albalatinos que le escucharon en las noches de ronda. Y así, al
trasladarse a Zaragoza, a los 24 años de edad, Blas Mora podía considerarse
como jotero en condiciones de alcanzar en poco tiempo la personalidad necesaria
para triunfar con la Jota.
Vencido el
cambio de voz, ésta se había hecho potentísima, clara y de brillantes agudos.
Antes ya, mientras cumplía el servicio militar, llamó la atención de cuantos le
oyeron cantar. Su fama fue conocida por el jefe al que servía de ordenanza.
Llevaban ambos varias jornadas saliendo al monte a cazar perdices. Tan mal se
le daba la caza al jefe que estuvo a punto de abandonarla para siempre. Y aquí
ocurrió algo curiosísimo. Blas Mora, el ordenanza, una buena mañana despertó a
su superior al entonar muy suavemente, a modo de susurro, varias coplas
mientras limpiaba y preparaba la
vestimenta que el militar habría de usar aquel día. La sorpresa de éste fue
grande y, en vez de hacerle callar, le animó a continuar para, al cabo de un
rato, decirle: “Oye, muchacho: tú con esa voz tan delicada, y con esas melodías
tan preciosas, tan encantadoras, eres capaz de atraer a todas las perdices que
haya en el monte. Mañana, vamos de caza. Prepárate a hacer de “reclamo”. A
falta de “perdigacho” vas a valerme tú. Pero… ¡ojo!... No tienes que cantar
otra cosa que la Jota, tal y como lo acabas de hacer”.
Al día
siguiente, Blas Mora, con una delicadeza inconcebible, con una suavidad
impropia del jotero recio de voz y pródigo en “arranques” fortísimos, trinando
y floreando como jamás se le había ocurrido hacer, ocupando su puesto de
espera, junto a su jefe, vio estupefacto cómo una bandada de perdices se posaba
en tierra, a unos cien metros de ellos. El espectáculo fue maravilloso. Así se
comprende la emoción, el encanto, la afición de los cazadores. El grupo de
perdices, conforme Blas cantaba, iba aproximándose graciosamente, impacientemente,
al lugar donde, tras el engaño, la muerte les esperaba. Y cuando al grupo más
nutrido se colocó inocentemente a distancia prudencial para el mejor disparo,
sonó una doble descarga provocando el vuelo rápido de las que huían mientras
allí, a la vista del cazador y de su “reclamo”, cuatro hermosas piezas quedaban
tendidas entre espliegos y tornillos perfumados… El jefe corrió hacia ellas,
las cogió con verdadera emoción, las colocó en el morral y, henchido de
alegría, dijo al ordenanza “¡Bravo, muchacho”… Desde ahora te nombro mi
“perdigacho”, y ¡Viva la jota!”
¿Fue una
casualidad?... ¿Hubo realmente influencia o poder de atracción?... ¡Quien lo
sabe!... Yo no me atrevo a afirmar nada. Sólo sé que por dos o tres veces más
aseguran que se repitió la escena. Lo que no me han contado es los días que
fracasaron.
PROFESIONAL
EJEMPLAR
Los
certámenes de Jota en Teatro Principal de Zaragoza datan del año 1894, si bien
diez años antes ya se celebraban festivales en este coliseo y en la Plaza de
Toros para premiar a las agrupaciones rondallísticas y deleitar al público con
las actuaciones de cantadores tan célebres como “El Cuaderno”, “El Agudo” y,
también, el “Royo del Rabal”, que todavía conservaba su hermosa voz. Pero, en
realidad, fue Blas Mora el primero que obtuvo el máximo galardón en la historia
de estos certámenes.
La carrera jotera de Blas Mora fue dilatadísima
y, aparte de su valer y de sus triunfos, está llena de detalles muy curiosos
que revelan su modestia, desinterés, nobleza y altruismo. En 1904, cuando ganó
el Premio Extraordinario – uno de los siete primeros premios conquistados en su
vida de jotero- entregó su importe a La Claridad. En 1903 se presentó al
Certamen el Pilar, celebrado en la Plaza de Toros, alternando con él los
hermanos Juan Antonio y Gerardo Gracia, de Nuez de Ebro. A éstos se les
concedió el primer premio, y a él el segundo. Como siempre ocurre, no faltaron
disconformes y aduladores que trataron de llevar el ánimo de Blas la idea de
una injusticia. Entre los muchos que quisieron excitarle, poniendo a prueba su
modestia, fue otro cantador, “El Jardinero” quien le espetó: “No hay derecho,
Blas. Te han robado el primer premio-. A lo que el buen Mora contestó: No es
verdad. Han cantado como los ángeles… y han ganado con ley”.
©Archivo Heraldo de Aragón
“CON QUE
GRILLO… ¿EH?”
Blas Mora,
ya de avanzada edad, quiso conseguir uno de los discos que de joven había
impresionado que él extravió y que nadie pudo proporcionarle. Se dirigió a un
establecimiento zaragozano –que no cito por evitar toda mal entendida
interpretación- y preguntó por el disco en cuestión. Un empleado de la casa le
dijo que allí no lo tenían ni sería fácil encontrarlo en otro sitio. Pero le
propuso la adquisición de un magnetófono con el cual podría impresionar cuanto
desease. Y Blas Mora, rondando ya los 70 años de edad, con su modestia y
sensatez características contestó: “¿Pero usted cree que a este pobre viejo le
queda voz para presumir? No, no vale la pena”. Sonrió el empleado y aun
comprendiendo que aquel anciano poco o nadie podría halagar y nadie le invitó a
interpretar una coplica para “probarle”, no sin antes decir aparte a “botones”:
“Este no canta más que un grillo cemollero”. El señor Blas ni corto ni perezoso
allá fue con un estilo de los suyos. Lo cierto es que con su voz potente atronó
el local obligando a salir al gerente y a toda la dependencia, quedando
asombrados de las facultades del veterano jotero y maravillosos de la perfecta
dicción de la tonada. Cuando Blas Mora era amablemente despedido, ya en la
puerta de la calle, pudo oír perfectamente como el avispado “botones” decía con
marcado retintín dirigiéndose al empleado: “Con que grillo…. ¿eh?”.
FINAL… ¡CON
MAGRAS!
Su retirada
de jotero es un dato ejemplar, definitivo. Su última actuación en un Certamen
fue precedida de una suculenta y abundante merienda en una tasca del típico
“tubo” del Arco de Cinegio. El plato fuerte lo eligió Blas: una colosal ración
de magras con tomate, rociada con medio litro de morapio y… a los quince
minutos, a cantar en el escenario, ante el público…¡y ante el jurado! Total,
que aunque cantó muy bien no tuvo el éxito acostumbrado, y no le concedieron
premio alguno. A la salida, un buen amigo le dijo: “Chico, has estao algo pior
que otras veces”. El jotero, no muy afligido, contestó: “Es que tenía la
garganta “embozada”. No sé lo que me ha pasao. Mi lengua parecía una lija, y
luego… una sed, y una abredura de boca y unas ganas de… ¡Aguarda!... Ya sé lo
que ha sido: ¡las magras, maño, las magras!”.
Por las
magras, o por su “puntillo”, la verdad es que aquel día dio por terminada su
carrera de cantador profesional. En resumen: un caso de honradez y vergüenza
baturra en un jotero que sólo con decoro concebía seguir cantando la Jota.
EN EL
RETIRO.
Los últimos
años de su vida, los pasó Blas Mora en el popular merendero de su propiedad “La
Tienda Azul”, sitio en el Puente Virrey. Muchas veces recordaba sus buenos
tiempos, cantando la Jota, acompañándose él mismo con la guitarra. Otras,
atendía amablemente a todas las clases sociales que al merendero acudían. Y,
con gran frecuencia, alternaba con famosos joteros que buscaban, en aquel
refugio acogedor, correcto esparcimiento y grata compañía, entre ellos, los más
asiduos Urbano Gracia, Cecilio Navarro, Numancia y Miguel Asso.
Hasta poco
tiempo antes de su muerte, en julio de 1938, cuando contaba 76 años, Blas Mora
puede decirse que no pasó ni un solo día sin “echar” algunas coplicas de las
“suyas”:
Porque
quiero y porque puedo
y porque me
da la gana,
te llevo
retratadica
dentro del
pecho, serrana
________
Las uvicas
de tu parra
dicen:
comedme, comedme
y los
pampanico dicen:
que viene
el guarda que viene.
Demetrio GALAN BERGUA
En el
próximo artículo, hablaremos de otro de los grandes cantadores que nos ha dado
nuestra tierra, concretamente, “el hijo del cebadero”. ¿Sabéis de qué cantador
hablamos?
Sergio Sanz
Artús
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