jueves, 10 de marzo de 2016

BLAS MORA

Buenos días a tod@s!
Esta semana nos trasladamos hasta la localidad de Albalate del Arzobispo para recordar otro de los artículos de “El Heraldo de la Jota” donde, D. Demetrio Galán Bergua, repasa la vida de uno de los grandes joteros de toda la historia.
Artículo publicado el 19 de noviembre de 1961 y dedicado al cantador Blas Mora.

Domingo 19 de noviembre de 1961

GALERIA DE LA JOTA
CANTADORES CELEBRES: BLAS MORA, DE ALBALATE DEL ARZOBISPO.

HACE UN SIGLO
El día 3 de Febrero de 1861, en la villa de Albalate del Arzobispo, hubo gran acontecimiento en la casa de un modesto labrador que aquella mañana surcaba la tierra con el arado y daba rienda suelta a su acendrada afición por la Jota regalando al campo, el arte y al sol, las típicas tonadas de aquellos tiempos. Avisado el labriego de que su mujer estaba a punto de ser madre, cesó de cantar, entregó la yunta al vecino amigo que le fue con el recado, y preso de emoción llegó jadeante a su domicilio, entrando sudoroso en la habitación donde un hermoso niño lanzaba los primeros y estridentes gritos de su vida. Una vez pasados los momentos en los que acostumbran a asociarse las lágrimas y los suspiros con las demostraciones de alegría y entusiasmo, y como el recién nacido no cesaba en sus recias expansiones guturales, el buen padre, tal vez inspirado súbitamente por una gran idea, exclamó, mirando y acercándose al hijo, con incontenible admiración:
-          ¡Maño, y qué fuerza y qué empuje te traes en la garganta!
Y dirigiéndose a los presentes señalando al niño, añadió:
-          A éste, lo hago yo jotero… ¡Y de los güenos!.
Y el padre, que no llegó a ser profesional porque el campo le ataba, y no quiso abandonarlo para dedicarse a otros menesteres, empezó a soñar: a soñar con el porvenir jotero de su hijo.

LA JOTA Y LAS PERDICES
El padre de aquel niño recién nacido fue un precursor, porque cuando Blasico se hizo “mocete”, sin llegar a mozo, ya “apuntaba” rasgos definidos de futuro gran cantador. Su voz infantil, su gracia al cantar, y su enorme facilidad para asimilar las tonadas que a su padre oyera anunciaban que poseía dotes naturales para llegar lejos. Por esto, en plena mocedad ya sorprendió y causó sensación entre los albalatinos que le escucharon en las noches de ronda. Y así, al trasladarse a Zaragoza, a los 24 años de edad, Blas Mora podía considerarse como jotero en condiciones de alcanzar en poco tiempo la personalidad necesaria para triunfar con la Jota.
Vencido el cambio de voz, ésta se había hecho potentísima, clara y de brillantes agudos. Antes ya, mientras cumplía el servicio militar, llamó la atención de cuantos le oyeron cantar. Su fama fue conocida por el jefe al que servía de ordenanza. Llevaban ambos varias jornadas saliendo al monte a cazar perdices. Tan mal se le daba la caza al jefe que estuvo a punto de abandonarla para siempre. Y aquí ocurrió algo curiosísimo. Blas Mora, el ordenanza, una buena mañana despertó a su superior al entonar muy suavemente, a modo de susurro, varias coplas mientras limpiaba  y preparaba la vestimenta que el militar habría de usar aquel día. La sorpresa de éste fue grande y, en vez de hacerle callar, le animó a continuar para, al cabo de un rato, decirle: “Oye, muchacho: tú con esa voz tan delicada, y con esas melodías tan preciosas, tan encantadoras, eres capaz de atraer a todas las perdices que haya en el monte. Mañana, vamos de caza. Prepárate a hacer de “reclamo”. A falta de “perdigacho” vas a valerme tú. Pero… ¡ojo!... No tienes que cantar otra cosa que la Jota, tal y como lo acabas de hacer”.
Al día siguiente, Blas Mora, con una delicadeza inconcebible, con una suavidad impropia del jotero recio de voz y pródigo en “arranques” fortísimos, trinando y floreando como jamás se le había ocurrido hacer, ocupando su puesto de espera, junto a su jefe, vio estupefacto cómo una bandada de perdices se posaba en tierra, a unos cien metros de ellos. El espectáculo fue maravilloso. Así se comprende la emoción, el encanto, la afición de los cazadores. El grupo de perdices, conforme Blas cantaba, iba aproximándose graciosamente, impacientemente, al lugar donde, tras el engaño, la muerte les esperaba. Y cuando al grupo más nutrido se colocó inocentemente a distancia prudencial para el mejor disparo, sonó una doble descarga provocando el vuelo rápido de las que huían mientras allí, a la vista del cazador y de su “reclamo”, cuatro hermosas piezas quedaban tendidas entre espliegos y tornillos perfumados… El jefe corrió hacia ellas, las cogió con verdadera emoción, las colocó en el morral y, henchido de alegría, dijo al ordenanza “¡Bravo, muchacho”… Desde ahora te nombro mi “perdigacho”,  y ¡Viva la jota!”
¿Fue una casualidad?... ¿Hubo realmente influencia o poder de atracción?... ¡Quien lo sabe!... Yo no me atrevo a afirmar nada. Sólo sé que por dos o tres veces más aseguran que se repitió la escena. Lo que no me han contado es los días que fracasaron.

PROFESIONAL EJEMPLAR
Los certámenes de Jota en Teatro Principal de Zaragoza datan del año 1894, si bien diez años antes ya se celebraban festivales en este coliseo y en la Plaza de Toros para premiar a las agrupaciones rondallísticas y deleitar al público con las actuaciones de cantadores tan célebres como “El Cuaderno”, “El Agudo” y, también, el “Royo del Rabal”, que todavía conservaba su hermosa voz. Pero, en realidad, fue Blas Mora el primero que obtuvo el máximo galardón en la historia de estos certámenes.
La carrera jotera de Blas Mora fue dilatadísima y, aparte de su valer y de sus triunfos, está llena de detalles muy curiosos que revelan su modestia, desinterés, nobleza y altruismo. En 1904, cuando ganó el Premio Extraordinario – uno de los siete primeros premios conquistados en su vida de jotero- entregó su importe a La Claridad. En 1903 se presentó al Certamen el Pilar, celebrado en la Plaza de Toros, alternando con él los hermanos Juan Antonio y Gerardo Gracia, de Nuez de Ebro. A éstos se les concedió el primer premio, y a él el segundo. Como siempre ocurre, no faltaron disconformes y aduladores que trataron de llevar el ánimo de Blas la idea de una injusticia. Entre los muchos que quisieron excitarle, poniendo a prueba su modestia, fue otro cantador, “El Jardinero” quien le espetó: “No hay derecho, Blas. Te han robado el primer premio-. A lo que el buen Mora contestó: No es verdad. Han cantado como los ángeles… y han ganado con ley”.

©Archivo Heraldo de Aragón

“CON QUE GRILLO… ¿EH?”
Blas Mora, ya de avanzada edad, quiso conseguir uno de los discos que de joven había impresionado que él extravió y que nadie pudo proporcionarle. Se dirigió a un establecimiento zaragozano –que no cito por evitar toda mal entendida interpretación- y preguntó por el disco en cuestión. Un empleado de la casa le dijo que allí no lo tenían ni sería fácil encontrarlo en otro sitio. Pero le propuso la adquisición de un magnetófono con el cual podría impresionar cuanto desease. Y Blas Mora, rondando ya los 70 años de edad, con su modestia y sensatez características contestó: “¿Pero usted cree que a este pobre viejo le queda voz para presumir? No, no vale la pena”. Sonrió el empleado y aun comprendiendo que aquel anciano poco o nadie podría halagar y nadie le invitó a interpretar una coplica para “probarle”, no sin antes decir aparte a “botones”: “Este no canta más que un grillo cemollero”. El señor Blas ni corto ni perezoso allá fue con un estilo de los suyos. Lo cierto es que con su voz potente atronó el local obligando a salir al gerente y a toda la dependencia, quedando asombrados de las facultades del veterano jotero y maravillosos de la perfecta dicción de la tonada. Cuando Blas Mora era amablemente despedido, ya en la puerta de la calle, pudo oír perfectamente como el avispado “botones” decía con marcado retintín dirigiéndose al empleado: “Con que grillo…. ¿eh?”.

FINAL… ¡CON MAGRAS!
Su retirada de jotero es un dato ejemplar, definitivo. Su última actuación en un Certamen fue precedida de una suculenta y abundante merienda en una tasca del típico “tubo” del Arco de Cinegio. El plato fuerte lo eligió Blas: una colosal ración de magras con tomate, rociada con medio litro de morapio y… a los quince minutos, a cantar en el escenario, ante el público…¡y ante el jurado! Total, que aunque cantó muy bien no tuvo el éxito acostumbrado, y no le concedieron premio alguno. A la salida, un buen amigo le dijo: “Chico, has estao algo pior que otras veces”. El jotero, no muy afligido, contestó: “Es que tenía la garganta “embozada”. No sé lo que me ha pasao. Mi lengua parecía una lija, y luego… una sed, y una abredura de boca y unas ganas de… ¡Aguarda!... Ya sé lo que ha sido: ¡las magras, maño, las magras!”.
Por las magras, o por su “puntillo”, la verdad es que aquel día dio por terminada su carrera de cantador profesional. En resumen: un caso de honradez y vergüenza baturra en un jotero que sólo con decoro concebía seguir cantando la Jota.

EN EL RETIRO.
Los últimos años de su vida, los pasó Blas Mora en el popular merendero de su propiedad “La Tienda Azul”, sitio en el Puente Virrey. Muchas veces recordaba sus buenos tiempos, cantando la Jota, acompañándose él mismo con la guitarra. Otras, atendía amablemente a todas las clases sociales que al merendero acudían. Y, con gran frecuencia, alternaba con famosos joteros que buscaban, en aquel refugio acogedor, correcto esparcimiento y grata compañía, entre ellos, los más asiduos Urbano Gracia, Cecilio Navarro, Numancia y Miguel Asso.
Hasta poco tiempo antes de su muerte, en julio de 1938, cuando contaba 76 años, Blas Mora puede decirse que no pasó ni un solo día sin “echar” algunas coplicas de las “suyas”:
Porque quiero y porque puedo
y porque me da la gana,
te llevo retratadica
dentro del pecho, serrana
________
Las uvicas de tu parra
dicen: comedme, comedme
y los pampanico dicen:
que viene el guarda que viene.

Demetrio GALAN BERGUA

En el próximo artículo, hablaremos de otro de los grandes cantadores que nos ha dado nuestra tierra, concretamente, “el hijo del cebadero”. ¿Sabéis de qué cantador hablamos?
Sergio Sanz Artús

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